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Carlos Escalante, consultor político exiliado de Venezuela
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Nobel de Paz para María Corina Machado es un llamado a la democracia

Así fue la postulación de la opositora venezolana al Premio Nobel de la Paz

Por Diana Acosta Miranda

Este 10 de diciembre, en plena Semana Nobel, el mundo volvió a poner la mirada en Venezuela y en el grito de un país por recuperar su democracia, así se lee internacionalmente el Nobel de Paz otorgado a María Corina Machado.

Machado no asistió a la ceremonia por los riesgos y las restricciones que todavía la persiguen. Y esa ausencia, en el fondo, se siente como una metáfora que viven tantos venezolanos que tampoco pueden estar donde quisieran, en su país, en sus casas, con los suyos. El Nobel lo recibió un familiar, pero en plazas y puntos de encuentro cientos de venezolanos se juntaron a celebrarlo.

Detrás de esa nominación hay una historia que vale contarse, porque no fue solo “postular un nombre”, fue una estrategia de comunicación para poner la lupa internacional sobre Venezuela y la urgencia de defender la democracia.

Todo arrancó el 5 de julio, Día de la Independencia de Venezuela. Ese día, Carlos Escalante, consultor y estratega político venezolano, estaba en México en trabajo de coordinación política cuando le dio vuelta a una idea que sonaba grande, postular a María Corina Machado al Nobel de la Paz. Él lo cuenta como un momento de convicción, aunque ya se había cerrado el ciclo de postulaciones, se propuso la tarea de volver a relatar la narrativa que se vive en Venezuela y ponerla en el centro, la resistencia cívica.

Según el propio Escalante, la apuesta tenía un sentido muy claro porque Venezuela estaba dando una lección de civismo en medio de la persecución y el miedo, y María Corina estaba apostando por la resistencia pacífica, la coherencia moral y la vía democrática. Él sintió que esa lucha merecía llegar a la más alta tribuna de la paz.

Lo que nació como una idea solitaria en medio del exilio terminó transformándose en una estrategia internacional de comunicación política que unió a ciudadanos, académicos y dirigentes en torno a un mismo propósito, visibilizar la causa venezolana como una lucha pacífica por la democracia.

Y lo que empezó como una idea se convirtió en una red. Desde el Centro Político, con sede en Miami, Escalante fue armando una campaña internacional con apoyo ciudadano y académico para empujar la nominación y, sobre todo, para hacer que la causa venezolana sonara fuerte fuera del país. Se fueron sumando personas desde distintos lugares como Juan Pablo Guanipa en Venezuela, Max Guerra en España, Paciano Padrón en Estados Unidos, Eric Obermaier en México, Freddy Serrano en Colombia, Carlos Masini en Venezuela y Juan Pablo Mendoza en Colombia.

Meses después, el movimiento ya tenía eco en medios internacionales y redes de apoyo ciudadano en varios continentes.

Carlos Escalante, consultor político exiliado de Venezuela
Con el tiempo, el movimiento fue tomando forma más oficial y parlamentarios del sur de la Florida, junto con algunas universidades, asumieron el respaldo institucional de la propuesta, dándole el peso necesario para que llegara al radar del Comité Nobel.

Mientras todo eso pasaba, la realidad en Venezuela se fue poniendo más dura. La inhabilitación, los bloqueos y la persecución fueron marcando el paso, y por eso la campaña del Nobel también se entendió como una manera de decirle al mundo que aquí no se trataba solo de una elección, sino de una pelea abierta entre democracia y autoritarismo, y de una causa que insiste en sostenerse sin violencia.

Y hoy, con el premio ya entregado y con la mirada internacional puesta en Venezuela desde Estocolmo, Escalante siente que se confirma su idea de fondo, que la estrategia también puede abrirle camino a la libertad y que incluso en los escenarios más difíciles la inteligencia política puede construir caminos de esperanza. “Esto demuestra que la estrategia puede ser una herramienta para la libertad. Que incluso en los contextos más difíciles, la inteligencia política puede construir caminos de esperanza.”

El reconocimiento del Comité Nobel no solo exalta a una mujer que eligió la paz frente al poder, sino también a un país entero que decidió luchar con ideas, votos y esperanza. “Esto no fue un gesto para una foto, fue una forma de obligar al mundo a mirar a Venezuela y a entender que la democracia también se defiende con inteligencia”, dice Escalante.

Y lo remata con una frase que repite mucho y que resume el espíritu de esta historia “Pueden tener las armas, pero nosotros tenemos las ideas, el pueblo y los votos. Y eso, al final, siempre vence”, concluye Escalante, desde algún lugar de las Américas, satisfecho de haber convertido una causa en símbolo mundial.

Por eso lo de hoy no es solo una medalla. Para quienes empujaron esta nominación desde afuera, el Nobel funcionó como un reflector enorme, volvió a poner a Venezuela en la conversación mundial, le puso nombre y rostro a una lucha democrática y recordó algo sencillo pero poderoso, que cuando un país decide no rendirse, el mundo tarde o temprano lo escucha.
 

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